Jenny Dillon, acróbata del aire, campeona internacional, llega su boda piloteando un avión
ES EMBAJADORA DE LA ASOCIACIÓN MUJERES EN AVIACIÓN ARGENTINA Y SOCIA HONORÍFICA
Jenny Dillon acumuló matrimillas desde antes de casarse: a su boda llegó en avión y haciendo acrobacias. Ella sobre un RV-7, él en un Cessna 172, juntos a la par. La ceremonia fue en el Aeroclub La Plata, en el lugar donde se conocieron y los esperaban todos para la fiesta. Nada de ir despacito para no despeinarse; la novia se dio el lujo de "hacer piruetas", término que divierte a la primera mujer del país que hace acrobacia en un planeador, pero que los acróbatas desprecian.
"No compito contra los demás, sino para superarme a mí misma", explica Jenny, que lleva aritos de avión y brilla en los primeros puestos de las competencias de acrobacia.
Como el ballet, la acrobacia en el aire tiene reglas muy definidas: hay familias de líneas, ángulos, radios y roles que combinados dan figuras. La precisión con la que se realicen estas figuras determina el puntaje en las competencias.
El casamiento fue hace poco más de tres años. En agosto del 2019, Jenny y Marcos Martín -su marido y literal compañero de aventuras- compitieron en el Campeonato Austríaco de Acrobacia. Él logró el primer puesto y ella el segundo en la categoría "Sports Glider". Tuvieron que hacer una maniobra conocida, que les fue entregada de antemano, y una desconocida, que no se puede practicar. En noviembre del 2019 se realizó en Dolores, provincia de Buenos Aires, una competencia de acrobacia para avión y planeador. Salió primera en su categoría y también en la categoría general, ganando el primer puesto entre todos los pilotos argentinos que participaron.
La acrobacia aérea es una práctica que requiere mucho estudio en tierra y para la que no existen simuladores, al menos en el país. Para que la máquina se asemeje a la sensación de volar, tendría que poder girar en todas las direcciones. De forma similar a como se mueve Jenny en el aire cuando está dentro de un planeador. O de un Super Decathlon, o un Extra 300 ("el fórmula 1 de avión acro"): el gesto completamente pacífico y el cielo y el suelo que se alternan en todas direcciones. Arriba y abajo, al este y al oeste.
Pese a lo estricto de estas maniobras, Jenny dice que es muy importante sentir el avión. "Creo que una de las mejores cosas que te pueden pasar es no pensar mucho. Sentir y no pensar. Es como cuando manejás un auto, ¿cuánto acelerador apretás, cuándo soltás el embrague y cuándo ponés el cambio? Vas escuchando y sintiendo, qué se yo. El 'qué se yo', aplica lo mismo para el avión".
Jenny viene de una familia relacionada con la aeronáutica (papá piloto de aviación no regular; tíos pilotos de Aerolíneas Argentinas), pero afirma que tampoco es que nació dentro de un aeroclub. Sus hermanos se dedican a la música y al comercio exterior.
Su primera licencia fue de tripulante de cabina, que tramitó en el 2001, a los 20 años. Trabajaba de eso cuando asistió a un curso en Tandil donde se hacían demostraciones de vuelo a vela (donde no hay motor, los aviones son remolcados hasta cierta altura por aviones y desde ahí planean con las corrientes de aire). Hizo un vuelo de bautismo y se enamoró.
"Había dos aviones: un planeador y un Pitts, que es el avión rojo que se suele ver en la playa. Pensé en arrancar por lo más tranquilo y fui con el planeador que al no tener motor, me imaginé que iba a ser más suave. Me confundí", dice y ríe.
No es del todo infrecuente que los pilotos se descompongan en los vuelos acrobáticos. La velocidad se siente: en algunas maniobras se llega a los 280 km por hora. Y si la maniobra es negativa (cuando la fuerza es hacia arriba) la presión hace lo suyo, también las positivas. "Es como si te apretaran. Muchas veces no podés ni mover el cuerpo, levantar los brazos o las piernas porque la aceleración te está aplastando contra el piso", cuenta. Cuando se está boca abajo, los cinco cinturones aprietan y magullan: "Es como si se te sentara un elefante encima", describe.
Su relación con la adrenalina es extraña. Girando en todas direcciones y a toda velocidad siente paz. "La gente se imagina que la acrobacia es una locura, que estás al taco, hay gritos y adrenalina. Pero a mí no me genera eso, diría que me da paz. Es algo que me tranquiliza. En algunos vuelos hasta me emociono", cuenta. Y se emociona.
"Ahí tuve una plantada de motor", dice y sonríe mientras muestra una foto en la que se la ve de espaldas y entre nubes piloteando un avión. La hélice parece detenida -lo está- y por detrás está el suelo: cae en picada. Ahí estaba haciendo una clásica maniobra de tail slide , o caída de cola: "El avión sube, sube, sube verticalmente y cuando deja de tener potencia empieza a caer para abajo y a tomar velocidad. La cola se levanta y entonces cae la trompa y te quedás mirando el piso, esa es la maniobra", cuenta.
Generalmente, lo que se hace en muchas maniobras de acrobacia es poner el motor en ralentí (similar al punto muerto del auto, donde el motor sigue girando pero no tiene potencia). En ese caso el motor se detuvo. Pero lo sorteó entre risas. "Esta maniobra es segura mientras la practiques con altura para recuperarlo", minimiza. "Bueno, tampoco es muy normal reírse en una situación como esta, pero bueno, nos divertimos. Y tampoco somos muy normales".
Una vez que supo que lo suyo era la acrobacia, Jenny se encontró con el desafío de que no hay ningún instituto que la enseñe en el país. Su formación siguió en Estados Unidos, entre Alabama, Texas, Dallas y San Agustín.
Hoy está completamente comprometida con poder formalizar la enseñanza y generar competencias para que se conozca y se empiece a profesionalizar el deporte.
"La idea es que se empiecen a sumar todos y que a los autodidactas les empiece a picar el bichito de la competición. No por la competencia en sí, sino porque requiere entrenamiento, conducta, hábitos, y da disciplina".
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